Pánico y Palomitas: La ropa sucia...

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La ropa sucia...

Published Monday, July 26, 2004 by baxter | E-mail this post

María José despertó ese día con un sentimiento extraño. Papá no estaba en casa, había ido a recoger a su hermano Leandro al aeropuerto. Era ese sentimiento de aceptación, de furia. ¿Porqué no hicieron una fiesta cuando ella se graduó de la prepa? ¿Porqué a Leandro le festejan cualquier cosa, incluyendo su regreso de St. John's, cuando él mismo se buscó ir al internado militar? No quería que la puerta del garage hiciera un solo ruido. No quería encontrarse de nuevo a su hermano. Por eso no fue al aeropuerto, porque ya había superado su ausencia.

Ella lo detestaba. Los hornazos de mariguana de la habitación de junto la adormecían, impidiéndole hacer bien su tarea. Por las mañanas despertaba entumida, sin ganas de hacer nada, con la resaca de haber oido a Leandrito toda la noche embelesando a sus putitas. Eso cuando el príncipe era decente. Un día, Maria José lo encontro en su propia cama con la sirvienta. Ambos alcoholizados hasta la médula, escuchando su disco de David Bowie. Leandro Furlong tenía ese don. Sabía convencer hasta al más escéptico de hacer lo que él quería, cuando quería y como quería. María José detestaba a su hermano Leandro. Simplemente odiaba que su hermano mayor fuera el hijo de papá, el heredero de todas las empresas que el señor Furlong había creado. En cambio ella, siempre una niña bien, de excelentes calificaciones, sumisa ante sus padres, de pocas pero muy buenas amigas. Siempre tuvo la impresión de ser una hija no deseada.

III

Cuando Leandro se fue al internado, la señorita Furlong era la dueña de la casa. Su padre la trataba como una princesa, incluso la dejaba jugar dominó con sus amigos en la casa de Valle. María José disfrutaba estar con su siempre nostálgico papá, adoraba cuando le contaba cómo se conocieron él y su difunta madre. Era tan cursi y a la vez tan intenso... como ella misma se describía. Tan cursi y tan intensa a la vez. Durante ese tiempo, el señor Furlong aprendió a respetar a su novio. Leandro y su padre solían burlarse de la profesión de Gerard. "Los diseñadores de interiores son putos" cantaban mientras se atascaban de Beefeater con agua quina. Todo eso había terminado, al menos por un tiempo.

Esa mañana, María José bajó a la cocina. Encontró en el refri un pastel de zanahoria, el favorito de su hermano, siete six packs de Modelo Especial y mucha comida mexicana. Recordó la vez que Leandrito cambió su agua del lunch por meados. Recordó las veces que echó a perder sus fiestas de cumpleaños invitando a sus amigos los jipis. Realmente lo odiaba, sobre todo cuando se ponía hasta la madre y escuchaba punk a todo volumen. Un completo idiota, lo peor del caso, es que él tiene la vida solucionada. Todos los resentimientos volvían a la pobre Josefita, que por un instante, pensó que no lo iba a soportar.

Hasta que recordó la peor de sus vivencias con Leandro.

Había llegado la hora. La puerta automática de la casa se había cerrado. Era cuestión de segundos para que viera una vez más a su hermano con su papi, con esas sonrisas sardónicas a punto de embrutecerse de nuevo con ginebra... por última vez en su inmunda vida.