Erase una vez, en una ciudad de nombre perplejo, en una urbe de altos edificios, en donde las calles eran líquidas y las sombras traslúcidas; una princesa vestida de blanco. Nadie podía evitar verle a la cara, su contraste era deslumbrante, sus tonalidades en sombras de gris proveían al espectador un goce estético fuera de lo normal. Los pronósticos indicaban tormenta, ella significaba sol. No había águila, no era gusano, sin capullo con prótesis que le estorbara. Una estabilidad necesaria dentro de todos los habitantes de la gran metrópoli.
- ¡Pero qué frío hace con este sol!-
Hablando
por cobrar en un lenguaje al que no estaba acostumbrado, la musa palidecía... contraje botulismo instantáneamente y en un lapso de 45 horas con 74 minutos permanecí inmóvil dentro de las calles sin nombre de la ciudad traslúcida.
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