Soy itinerante contigo. Mi constancia depende del azar, de los acordes en mi cabeza, de la nausea y del ocio. Si no soy yo, nadie más te nutrirá y morirás de soledad, como un perro que ha perdido a su dueño. (¿O será que el dueño perdió al perro?)
Y entonces viene la apología, sin sentido alguno, sin principio ni fin, pies o cabeza. Porque no existen razones para abandonarte, para tenerte empolvado. Porque hay veces que las letras no sacian la inestabilidad y que los acordes no cumplen su cometido. Y entonces estás ahí, incondicional, una hoja en blanco, un cursor itinerante (como yo) que me permite mandar mis impulsos nerviosos, ideas truncas que toman coherencia para desaparecer. Y hacen onomatopeyas que jamás serán escritas, porque sus sonidos son indescifrables. Y la frecuencia con la que regreso es inversamente proporcional al estado del tiempo.
El huracán.
La tormenta.
Un sismo que nunca será registrado.
Los siniestros del eco de mis pensamientos quedan registrados aquí.
Gracias por persistir.
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